Por
Salvador Díaz Sánchez
Oscilante
entre la glosa y la glucosa me hundo atolondrado en el mal de amores,
Insatisfecho entre tantos versos dulces que rayan en lo carameloso, Vago en mí
mismo, siento que una copla popular yace inane dentro de mí, No hay remedio,
puros versos diabéticos habitan en mis venas, El concepto es así, los motivos
son los mismos, Su presencia es absoluta, la Diabólica me acosa, Cavilo, voy o
me quedo, Voy a donde el viento me lleve, Me transporta a una clínica especial,
En la sala de espera veo a Machado y a sus parientes enfermos, Miro a Sabines a
Paz y a García Márquez, los tres con la mirada senescentemente tranquila, Uno
canonizando putas, otro pidiendo una puta, el otro acompañado de sus viejas
putas tristes, Observo en la entrada a Cabrera Infante con sus tres tristes
tigres que no tienen fuerza ni para bostezar, En eso llega el relamido Novo con
su chichifo, un efebo más que elocuente, Los escritores se saludan entre ellos
cuidando de no molestar a los tigres del cubano, Pero, qué es esto, me pregunto
cuando advierto a Owen y Villaurrutia, Dirán que soy sexista, pero no veo a
mujeres, excepto las acompañantes del colombiano, parece una congregación de
poetas machines, Ah, pero no acabo de expresar esto cuando miro que todos
voltean a un tiempo para ver a una figura deslumbrante, sí, la reina, ni más ni
menos, Sor Juana, que como un latigazo suelta: "hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón", ipso facto, los personajes se prosternan ante la
madona de las letras, ¡salve oh reina de los sonetos y las redondillas!, dicen
al unísono los bardos del siglo XX, y por un momento se olvidan de que todos
esperan turno para ver al matasanos, y en racimo hacen reverencia a la oriunda
de Nepantla, Qué fantástico es ver a todos aquellos que guardan una íntima relación
con la palabra, constructores de versos, zurcidores de fantasías y de mundos
estéticos, No importa que ahí en una butaca de urgencias desfallezca una figura
retórica al lado de un fatigado discurso poético, Los dos se abrazan,
consolándose tiernamente, en espera de una musa que los atienda y ambos miran a
Sor Juana, pero a ésta le duele un verso alejandrino y prefiere sentarse
majestuosamente entre una oda y una elegía, Yo atisbo cuidadosamente ese loco
escenario al momento en que una estrofa llega estornudando y escupiendo ripios,
me pregunta: ¿Aquí está la cola para las citas?, No, mire, ahí donde está ese
señor con esas damas exóticas, ahí va la fila, y señala a García Márquez, Con
su bufanda de tropos y heliotropos la extenuada estrofa se forma detrás de
Villaurrutia quien le pregunta si Su voz quema dura, Yo me desentiendo un poco
de tan extrañas charlas y personajes, pues mi mal de amores me punza aquí mero
en la región mamaria, juntito a la wikipedia del corazón, y mi Diabólica me
recita un silabario de silencios que me dice que ya no chupe, Por fin entro con
el médico de guardia quien viendo mi desastroso estado físico-poético, me hace
una transfusión de orden teórico-metodológico-poético, y al punto mis
preocupaciones disminuyen, Cuando salgo del consultorio de almas semánticas
miro ese cenáculo de locos egregios, todos enfermos, todos desangrando versos y
palabras, todos muriendo de amor, Le pregunto al galeno, pos dónde estoy mi
estimado doctor, en El Hospital de los poetas muertos, pero García Márquez no
está muerto, Ah es que él no es poeta, es novelista, Pero, ¿y Cabrera Infante,
tampoco es poeta?, replico, Ah es que él es influyente, Y yo así, como un
doliente enfermo de amor, vuelvo a mi realidad, De este modo, aquejado por el
flagelo de la poesía, abro bien los ojos y en lugar de Novo, veo a un policía
de los estatales de Edomex, Cabrera es una señora con tres escuincles que
brincan por todos lados, Paz es un anciano con bastón que platica con su hija
que no deja su celular en paz, Owen y Villaurrutia son dos maestros de la EPO
que no dejan de hablar, Machado es un viejito pepenche que está sentado con dos
de sus hijas, Sabines y su tía Chofi es un señor que no me quita la vista de
encima, García Márquez es un camillero que comparte charadas con dos
enfermeras, Y la Décima Musa no es otra que la intendente que afanosamente
talla el piso de la sala de espera, Viendo la pasmosa realidá, le digo a la
estrofa sangrante, que no es más que la señora gorda que me antecedió en la
consulta, hasta luego señora Y como dijo don Abelardo, jeje, Ustedes se quedan
y yo me largo, y me largué de la clínica del ISSEMYM de Texcoco después de
asistir a tan poético escenario.
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