Por:
Salvador Díaz Sánchez
Nexquipáyac,
Méx. 16 de mayo de 2015.— Crepuscular, nostálgico, apocalíptico, mágico, alto,
candente, desnudo, suave, azul, gris y lluvioso jué mi día, lo es todavía, y la
lluvia persiste en una tarde de imperio y de armonía conmigo mismo, aunque
mamón me vea, Y yo aquí, ya en mi chante, vivenciando de nuez algo que
vivenciaron muchos al mesmo tiempo, cientos quizá mil, tomando en cuenta que
mis compas de Nexquipáyac prepararon una comida de rechupete para mil
parroquianos, Nomás tortitas de ahuautle, al que le dicen, y muy mal dicho, que
es “el caviar de los pobres”, porque sabe mejor quel caviar, si consideramos
que nunca he probado el alimento ése, y güeno pues, todo se acabó, el ahuahutle
con huevo en chile verde con flor de calabaza, el arroz y los frijolitos, y
hasta la excelente agua de jamaica, aunque había que estadificar que hubo
dobletes, pero sí, todo se esfumó como por arte de manducación mágica, Porque
participó un chingo de gente de tantos lados, atraídos, convocados, concitados
(chale ya hasta me escucho como la pinche Micha), por mis carnales del FPDT de
Nexquipáyac, porque ora jue día de rituales, en el que la música y el canto y
la danza prehispánica, el baile guerrerense y de otras latitudes del país, me/
nos recordaron que somos mexicanos auténticos y no transgénicos; nacionalistas
y no neoliberales; luchadores y no sometidos, y sobre todo porque hoy jue acto
de justicia, Sí, un acto de justicia a la naturaleza, a los espíritus nahuas a
los nahuales, a la indumentaria antigua y a la folclórica, a los hermosos
sonidos del caracol, a los soleados sonidos del teponaxtle, al arrullo de las
mariposas, al saludo acolhua a los cuatro puntos cardinales, y a la cosmogonía
Mexica con todos sus misterios, Y todos encaramados en el lomo de un cerro, esperando
la llegada del cenit, o séase el paso cenital del Tonatiuh, dicho sea del Sol,
por estos espacios donde el Rey Nezahualcóyotl andaba correteando como
adolescente lujurioso a doncellas y no tan doncellas que a veces se dejaban
querer por tan galán y poderoso señor, Y claro que sí, Tepetzingo, el Cerro
Chiquitito, donde nos arrejuntamos todos los que teníamos que arrejuntarnos, de
Nexqui, de Atenco, de Acuexcómac y de todos los pueblos de las orillas del Lago
de Texcoco, que lucía un verde ejemplar, un verde húmedo como si todos los
verdes se hubiesen reunido en una asamblea de verdes para esperar a que la
sombra huyera por tres minutos, segundos más segundos menos, en que las
energías del espacio se fundieron y don Tonatiuh quedara colocado mero arribita
de nuestra choya y la sombra se escondiera bajo nuestros cacles, Y todos
estirando los brazos, con cara de circunstancia azteca, sacudiendo los dedos,
tenebrando las tenebras pa lanzarlas a otros territorios de arriba y de más
arriba, Y los niños cantores de Náhuatl, y especímenes autóctonos y tectónicos,
hijos de la tierra y del Mictlán, revivieron de nuestros agüelos, pasados,
antepasados y antediluvianos, estas hermosas costumbres, para hacer de esta
Tercera Ceremonia Solar algo que debemos reivindicar sobre todas las asechanzas
de los macabros vuelos de peñanieto y mamarrachos neoliberales que amagan con
ya empezar a cubrir de cemento e infamias estos bellísimos terrenos de
Nexquipáyac y de Atenco, Y ya casi al final, después de la suculenta comida nahua,
llegó la Banda Mixanteña, integrada por 5 talentosas chavas –metales y
tambores– y dos excelentes músicos, especialistas en chilenas guerrerenses y
otros ritmos adaptados a su peculiar estilo del Sur de nuestra nación, que
cerraron con broche de oro la ceremonia, y güeno aquí se acabó la jornada para
despuesito refinarme unos tequilitas con La Finini, el Claudio, Filemón y una
maestra de Náhuatl y su chilpayate, cuando la lluvia arreció y el frío ponía
los poros de punta. Buenísima onda pué…
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